sábado, 21 de abril de 2012

MARE IGNOTUS

Hacía dos semanas que habían zarpado cuando de repente, las estrellas cambiaron de lugar y los sextantes y astrolabios dejaron de ser útiles. Desorientados, navegaron sin rumbo durante meses y agotadas las provisiones, tuvieron que alimentarse de peces y agua de lluvia. 

Las mentes de los pescadores empezaron a enfermar en sus cuerpos desnutridos. El barco parecía sufrir la misma enfermedad que los hombres y se fue transformando lentamente. Las velas se convirtieron en un mohoso tejado, de las jarcias colgaron lámparas y los camarotes se tornaron habitaciones en las que moraba la humedad y el olor a desechos. Ya no era un barco de pesca sino una casa solitaria en la inmensidad del océano.

Cuando ellas aparecieron, nadie preguntó de dónde venían o cómo habían llegado hasta allí. La bodega hizo las veces de cantina y a partir de entonces la casa se convirtió en un burdel en alta mar, donde sus habitantes se abandonaron a sus deseos y placeres, abstraídos, hipnotizados. Decidieron no volver jamás a sus antiguos hogares, pues creyeron haber encontrado el Paraíso. 

Engendraron hijos con las prostitutas, pero nacieron deformes y sin apariencia humana. Sin pesar alguno, fueron arrojados al mar por los pescadores y crecieron en la profundidad del océano como criaturas marinas solitarias.

A diario, los hombres lanzaban sus redes para pescar todo aquello que se pudiera comer y así, sin saberlo, atraparon y se comieron a sus hijos, exterminándolos del mismo modo en que habían acabado con muchas otras especies.

Un extraño mal se adueñó de la casa y una a una, se llevó a las prostitutas hasta que no quedó ninguna en el burdel. Con el paso del tiempo, los hombres se olvidaron de ellas y sin memoria quedaron allí, echando sus redes cada día, aunque ya no hubiera en el mar peces que pescar.



martes, 17 de abril de 2012

SIGUIENDO UNA LÍNEA

Me concentro en la infinita línea blanca e intento que nada me distraiga. Mis manos agarrotadas por la tensión y el esfuerzo, hacen girar el volante a izquierda y derecha sin soltura, como si estuviera moviendo una rueda de molino. Temo caer por el acantilado que ha hecho desaparecer el suelo a mi derecha. Me estoy aproximando a una curva y la montaña me impide ver lo que hay al otro lado. Me concentro en la infinita línea blanca, es mi única salvación.

He recorrido esta carretera cientos de veces, desde que me mudé a la zona residencial de Jumpoint, y nunca había conducido así de aterrado. Además, siempre he estado muy seguro de mi pericia al volante, incluso me he permitido en ocasiones cometer alguna imprudencia, confiado de mí mismo.  Pero hoy, me obligo a concentrarme en la infinita línea blanca, es mi salvavidas. 

Un turismo con remolque sale a mi paso y mientras mi oponente frena, toca el claxon y mueve los brazos para que me aparte porque estoy invadiendo su carril. No lo entiende, ¡si me desvío de la línea blanca, moriré! Como no doy señales de ceder, se echa a un lado y estaciona en el arcén. El hombre sigue gesticulando y le sobrepaso sin girarme siquiera, debo mantener la concentración. Avanzar, avanzar y avanzar, siguiendo la infinita línea blanca. Pedales, palanca, volante… Ya veo el final, ¡la meta! La línea parecía no tener fin, pero estaba equivocado, ¡podré descansar! Unos metros más sin respirar… y llego. Toco pared, levanto la cabeza y tomo aire. 
-    ¿Cuánto? – pregunto.
-    Diecisiete cero dos, has estado lenta en los últimos doscientos. – Es Floren, mi preparador que me tiende una toalla. Resoplo, aún me falta el aliento. 
-    Sí, me he notado algo agarrotada.
-    Anda, sal y no te enfríes, mañana irá mejor. 

Salgo de la piscina y me dirijo al vestuario. En la ducha me relajo, pero no me entretengo, quiero coger el autobús de las ocho y cuarto o llegaré tarde a mis clases de conducción.




 

domingo, 15 de abril de 2012

Martin y Joe

Martin no quería volver. No estaba seguro de que regresar al lugar de la muerte fuese una buena idea, pues al igual que aquélla encontró a Joe, podría dar con él mismo y llevarle al otro lado.

Correr en la oscuridad, a ciegas, es como caer a un abismo. Eso pensaba Martin mientras corría por aquellos largos pasillos, chocando y rebotando contra los tabiques y puertas cerradas que salían a su paso, desorientado. Sentía caer gotas de sangre por su frente, y le escocían los brazos y las rodillas, seguramente por las heridas que se había provocado. “Preferiría estar muerto, como Joe. Maldito cabrón, ¡me ha dejado solo!”. Pero, él era veterano, valiente y tampoco quería seguir huyendo. Empezó a dudar si sería mejor enfrentarse de una vez y salir de esto. Sí, definitivamente, volvería junto al cadáver y esperaría desarmado, pues había tirado su Smith and Wesson cuando su última bala encontró a Joe.