Añoro el Mar. Extraño esa
seguridad de tenerle siempre ahí, de que puedo encontrar abrigo en él. En
invierno, el agua se mantenía caliente para mí y cuando me sumergía en esa
especie de líquido amniótico, lejos de sentir el miedo que razonablemente
provoca el estar a merced de olas y corrientes, sabía que allí estaba a salvo, que
era mi hogar. Cuando hacía calor, por el contrario, me entregaba al abrazo frío
del Océano y sentía una inyección de vida, como si volviera a nacer y comenzase
a descubrirme a mí misma: mis pies, mis brazos, mi espalda, el cuero cabelludo…
Mis sentidos se despertaban y ardía en deseos de explorar todo lo que me rodeaba.
Pero ahora el Mar está lejos y no
tengo dónde refugiarme. Ni siquiera una triste bañera. Las duchas del Centro
no son, ni por asomo, acogedoras y además, sólo puedes usarlas durante diez minutos
al día y bajo la atenta mirada de las cuidadoras.
No es que odie estar aquí. Me
tratan bien, la comida es buena y la cama confortable. Pero el aire me asfixia,
es demasiado seco a causa de las calefacciones y aires acondicionados. ¿Por qué
no dejan de intentar cambiar las cosas? ¿Por qué no dejan al aire ser el aire?
¿Por qué no dejan crecer a las plantas en el jardín? Me haría muy feliz pasear
por un jardín salvaje, como el del castillo del cuento de la Bella Durmiente. Y
me sentaría junto al estanque, y hablaría a los peces dorados. Pero ese no es
mi cuento. La bella princesa despertó con un beso de su príncipe, mientras que yo estoy
condenada, porque mi príncipe está muerto.
Siempre me ha ido bien con los
hombres, a causa de mi naturaleza. Me miro al espejo y me gusta lo que veo,
pero es al oír mi voz cuando me siento realmente poderosa. Así que cuando me
enamoré, compuse armonías que salían de mi garganta como ríos desbordados. Entonces,
yo sólo tenía melodías para él, ojos para él. Mi amor. Le canté, le seguí, le
obedecí, renuncié a lo que más quería sólo porque ansiaba estar con él; y se lo
habría perdonado todo, ¡todo! Menos el Mar. Eso, nunca. Y aún así, de nada me
ha servido. Yo sigo en este desierto y mi amado no está aquí para consolarme.
Pensé que si él desaparecía… Pero la Maldición es fuerte y quedaré aquí
anclada, como aquella joven que se convirtió en estatua.
Me gusta. El mar siempre me ha parecido algo hermoso pero lleno de misterio, tranquilo pero a la vez portador de horrores. Igual que su relato, apreciada colega.
ResponderEliminarLa belleza siempre tiene su parte de crueldad, pues todo tiene un precio. Gracias por el comentario, Cesare.
ResponderEliminarMe ha emocionado. Enhorabuena!!!
ResponderEliminarGracias, Toribia. Emocionarse es un lujo que sólo unos pocos nos permitimos.
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