lunes, 18 de agosto de 2014

LA MUCHACHA DEL MAR (SUNSET BOULEVARD)


Añoro el Mar. Extraño esa seguridad de tenerle siempre ahí, de que puedo encontrar abrigo en él. En invierno, el agua se mantenía caliente para mí y cuando me sumergía en esa especie de líquido amniótico, lejos de sentir el miedo que razonablemente provoca el estar a merced de olas y corrientes, sabía que allí estaba a salvo, que era mi hogar. Cuando hacía calor, por el contrario, me entregaba al abrazo frío del Océano y sentía una inyección de vida, como si volviera a nacer y comenzase a descubrirme a mí misma: mis pies, mis brazos, mi espalda, el cuero cabelludo… Mis sentidos se despertaban y ardía en deseos de explorar todo lo que me rodeaba.

Pero ahora el Mar está lejos y no tengo dónde refugiarme. Ni siquiera una triste bañera. Las duchas del Centro no son, ni por asomo, acogedoras y además, sólo puedes usarlas durante diez minutos al día y bajo la atenta mirada de las cuidadoras.

No es que odie estar aquí. Me tratan bien, la comida es buena y la cama confortable. Pero el aire me asfixia, es demasiado seco a causa de las calefacciones y aires acondicionados. ¿Por qué no dejan de intentar cambiar las cosas? ¿Por qué no dejan al aire ser el aire? ¿Por qué no dejan crecer a las plantas en el jardín? Me haría muy feliz pasear por un jardín salvaje, como el del castillo del cuento de la Bella Durmiente. Y me sentaría junto al estanque, y hablaría a los peces dorados. Pero ese no es mi cuento. La bella princesa despertó con un beso de su príncipe, mientras que yo estoy condenada, porque mi príncipe está muerto.

Siempre me ha ido bien con los hombres, a causa de mi naturaleza. Me miro al espejo y me gusta lo que veo, pero es al oír mi voz cuando me siento realmente poderosa. Así que cuando me enamoré, compuse armonías que salían de mi garganta como ríos desbordados. Entonces, yo sólo tenía melodías para él, ojos para él. Mi amor. Le canté, le seguí, le obedecí, renuncié a lo que más quería sólo porque ansiaba estar con él; y se lo habría perdonado todo, ¡todo! Menos el Mar. Eso, nunca. Y aún así, de nada me ha servido. Yo sigo en este desierto y mi amado no está aquí para consolarme. Pensé que si él desaparecía… Pero la Maldición es fuerte y quedaré aquí anclada, como aquella joven que se convirtió en estatua.

Creí que al matarle iría a prisión por asesinato, después de un juicio más o menos rápido, pues nunca he tenido la intención de esconderme de lo que hice. Quería confesarlo todo, porque yo le amaba, aunque ya no importe. Y sin embargo, me han traído aquí, a este extraño lugar tan artificial, tan remoto, y no tengo castigo, porque mi transformación fue realmente mi condena. No puedo volver, no me permiten nadar. Me sacaron a la fuerza cada vez que lo intenté. A veces oigo comentarios sobre mí, sobre mi dulce voz, sobre que era una diosa. Y noto su lástima, me compadecen por haber sido la estrella más grande y por querer huir y porque piensan que me he rendido y quiero morir ahogada. Yo protesto sin ser escuchada, pero aún así les repito una y otra vez: ¡Yo no quiero quitarme la vida, sólo quiero volver a casa!



4 comentarios:

  1. Me gusta. El mar siempre me ha parecido algo hermoso pero lleno de misterio, tranquilo pero a la vez portador de horrores. Igual que su relato, apreciada colega.

    ResponderEliminar
  2. La belleza siempre tiene su parte de crueldad, pues todo tiene un precio. Gracias por el comentario, Cesare.

    ResponderEliminar
  3. Me ha emocionado. Enhorabuena!!!

    ResponderEliminar
  4. Gracias, Toribia. Emocionarse es un lujo que sólo unos pocos nos permitimos.

    ResponderEliminar