miércoles, 27 de agosto de 2014

EL INTRÉPIDO SOLDADO



Sobre la chimenea resplandece el retrato de James Cotton vestido con su uniforme de gala, apuesto y joven. También luce una sonrisa orgullosa que hace juego con la parte derecha de la foto, donde aparece un hombre algo mayor que él y trajeado. Ambos se están saludando al estilo militar. James se apoya en una muleta con la otra mano, el brazo en tensión; no es momento para mostrar debilidades.

Meggan lleva algunas horas quieta, sentada en el sillón mirando esa imagen. Sólo hace un año de aquella escena y parece que han pasado milenios, dejando solo un recuerdo borroso de aquél instante de felicidad. Hace ya un buen rato que ha llegado a la conclusión de que tiene que destruir esa fotografía, así que las llamas de la chimenea envuelven al capitán James Cotton y su sonrisa se transforma en una mueca de dolor.

Ese mismo dolor despierta a James. Está empapado en sudor y el calor es insoportable. ¿Qué coño ha pasado? ¿Dónde diantres estoy? Apenas se ve alrededor, un humo hediondo, denso y negro le ciega y no le deja respirar. Oye el crepitar de las llamas cerca, muy cerca. No encuentra su muleta, pero con gran esfuerzo se pone en pie. Su pierna rígida, inservible, le obliga a echar cuerpo a tierra y arrastrarlo con los codos. Empieza a encontrarse realmente mal, le quema la piel y se le nubla la mente. No está soñando. Como a la mayoría de los veteranos, a James se le repiten sueños en los que las bombas caen a su alrededor y los edificios estallan en llamas pero, en el fondo, siempre sabe que son recuerdos que se reordenan durante la noche, así que no tiene miedo. Pero esto es diferente, porque todo lo que están percibiendo sus sentidos es real. Incluso el regusto metálico de su boca. Es como si estuviera en el Infierno. ¡Meg!, se acuerda de su mujer. Desea que en este momento ella se encuentre muy lejos. Qué infelices hemos sido, Meg. Grita con todas sus fuerzas pidiendo ayuda de cualquier tipo, humana o sobrenatural. Qué más da, mientras pueda sacarle de ese horrible lugar. ¡James!, una voz se oye cerca y familiar. ¿No sabes dónde estamos, James? ¿Tú también, Jack? ¡Salgamos de aquí! No, amigo, no saldremos. ¡Jack no te veo! Estoy aquí, junto a ti. He estado aquí todo el tiempo, Jack-in-the-box, escondido para darte una sorpresa. ¿Te ha gustado?

Poco a poco el humo se disipa y James ve una silueta borrosa. Un hombre vestido con un traje le saluda al estilo militar. Tiene la cara pintada como un payaso, como el muñeco de los MacDonald’s. Es Jack, el mismo de aquella fotografía que tanto odia Meg.

¡Has sido tú quien me ha traído aquí! Debí imaginármelo, nunca me fié de ti. Y aún así te he servido arriesgando mi vida, he defendido tu honor. He matado por ti y por tu culpa estoy lisiado. Tiene que ser una broma, Jack ¡Dime que es una broma! Tus torpes pasos te han traído aquí, soldado. Abriste mi caja, ¿recuerdas? Te dejé vivir un tiempo, pero sabías que este iba a ser tu final. Qué lástima que ya no fabriquen balas de plomo; te habría cosido a balazos para después ver cómo te derrites. Pero no importa, tu mujer ha hecho un buen trabajo. ¡Hijo de puta, qué le has hecho a Meggan! ¿Yo? No, James, no fui yo quien la abandonó. ¡Déjame ir, tengo que explicárselo todo!

En su habitación, Meggan está guardando algunos objetos en una caja de cartón. Son cosas de James. Hace meses que se fue, pero ella las ha mantenido intactas hasta hoy. Tirará algunas cosas a la basura y donará otras, como esa caja sorpresa que tiene un payaso dentro. No recuerda cómo llegó a la casa, pero nunca le gustó. Le recuerda al tipo aquél desagradable que condecoró a James, el que sale en la foto. No, mejor no donará la caja, la tirará a la chimenea. Ese horrible muñeco no volverá a asustar a nadie.









lunes, 18 de agosto de 2014

LA MUCHACHA DEL MAR (SUNSET BOULEVARD)


Añoro el Mar. Extraño esa seguridad de tenerle siempre ahí, de que puedo encontrar abrigo en él. En invierno, el agua se mantenía caliente para mí y cuando me sumergía en esa especie de líquido amniótico, lejos de sentir el miedo que razonablemente provoca el estar a merced de olas y corrientes, sabía que allí estaba a salvo, que era mi hogar. Cuando hacía calor, por el contrario, me entregaba al abrazo frío del Océano y sentía una inyección de vida, como si volviera a nacer y comenzase a descubrirme a mí misma: mis pies, mis brazos, mi espalda, el cuero cabelludo… Mis sentidos se despertaban y ardía en deseos de explorar todo lo que me rodeaba.

Pero ahora el Mar está lejos y no tengo dónde refugiarme. Ni siquiera una triste bañera. Las duchas del Centro no son, ni por asomo, acogedoras y además, sólo puedes usarlas durante diez minutos al día y bajo la atenta mirada de las cuidadoras.

No es que odie estar aquí. Me tratan bien, la comida es buena y la cama confortable. Pero el aire me asfixia, es demasiado seco a causa de las calefacciones y aires acondicionados. ¿Por qué no dejan de intentar cambiar las cosas? ¿Por qué no dejan al aire ser el aire? ¿Por qué no dejan crecer a las plantas en el jardín? Me haría muy feliz pasear por un jardín salvaje, como el del castillo del cuento de la Bella Durmiente. Y me sentaría junto al estanque, y hablaría a los peces dorados. Pero ese no es mi cuento. La bella princesa despertó con un beso de su príncipe, mientras que yo estoy condenada, porque mi príncipe está muerto.

Siempre me ha ido bien con los hombres, a causa de mi naturaleza. Me miro al espejo y me gusta lo que veo, pero es al oír mi voz cuando me siento realmente poderosa. Así que cuando me enamoré, compuse armonías que salían de mi garganta como ríos desbordados. Entonces, yo sólo tenía melodías para él, ojos para él. Mi amor. Le canté, le seguí, le obedecí, renuncié a lo que más quería sólo porque ansiaba estar con él; y se lo habría perdonado todo, ¡todo! Menos el Mar. Eso, nunca. Y aún así, de nada me ha servido. Yo sigo en este desierto y mi amado no está aquí para consolarme. Pensé que si él desaparecía… Pero la Maldición es fuerte y quedaré aquí anclada, como aquella joven que se convirtió en estatua.

Creí que al matarle iría a prisión por asesinato, después de un juicio más o menos rápido, pues nunca he tenido la intención de esconderme de lo que hice. Quería confesarlo todo, porque yo le amaba, aunque ya no importe. Y sin embargo, me han traído aquí, a este extraño lugar tan artificial, tan remoto, y no tengo castigo, porque mi transformación fue realmente mi condena. No puedo volver, no me permiten nadar. Me sacaron a la fuerza cada vez que lo intenté. A veces oigo comentarios sobre mí, sobre mi dulce voz, sobre que era una diosa. Y noto su lástima, me compadecen por haber sido la estrella más grande y por querer huir y porque piensan que me he rendido y quiero morir ahogada. Yo protesto sin ser escuchada, pero aún así les repito una y otra vez: ¡Yo no quiero quitarme la vida, sólo quiero volver a casa!